martes, 27 de octubre de 2009



Cartas de Jamaica de los Quilichaos
Otoño 20 del año de gracia 2009

Más allá de la frivolidad


Por : Jesús Antonio Lozada Yule



Cualquier malpensado podría decir que a las niñas de ahora, sólo les gusta identificarse con esos modelos de “viejas lobas”, que pasan en los canales de televisión de los “patrones”, y se puede equivocar.

También, quien afirme que a los varones, nos encanta que las mujeres sean así, como “Las muñecas de la mafia”, como el régimen actual prefiere que sean (...) Pero ya ve que nó (¡!) . Para
sorpresa de algunos, el común de la gente opina que las chicas “pre-pago”, sólo son eso, aparte de que se utilicen o no.

Contrarios a esa estética traqueta de la silicona, muchos continúan aferrados a los valores tradicionales de las damas: amas de casa amorosas, que crían hijos, con pocos recursos y con el devaluado consuelo de sentirse “buena gente”, entre tanto bandido.



* * *


Señoritas de Quilichao / Luka Tello







Esporádicamente aterrizaba donde Luka Tello sin ningún motivo, por puro destrabe, por botar corriente . Me aparecía por su plácida casona colonial del parque Santander los días sábados, a veces cuando se encontraba más atareada atendiendo a los indígenas y a la gente necesitada del pueblo. Esperaba pacientemente mientras les resolvía problemas de primer orden a sus protegidos. No he vuelto a ver tanto desinterés, tanta entrega, tanta solidaridad con el prójimo en ninguna otra persona.

En esa época yo era un adolescente despistado e irreverente. En cambio ella tenía un aspecto tierno de pajarita diligente, con una sensibilidad artística a flor de piel y con esa serenidad luminosa que emana de los espíritus avanzados.

Particularmente me interesaban sus actividades culturales. Tenía un grupo musical y de danzas llamado Los Alegres Negritos de Dominguillo, que se ganaron in premio de ASOCAÑA en Cali y grabaron un disco. Era una investigadora del folclor y tenía un gran aprecio por nuestras manifestaciones autóctonas del Norte del Cauca.


Había estudiado en la Universidad Javeriana de Bogotá. Era periodista, historiadora, escribía poesía, cantaba, tomaba fotos y nunca faltaba a misa. Eso sí: escandalizaba al pueblo pacato, con sus bellas mochilas indígenas, sus zapatitos tenis de media tobillera y unas espléndidas blusas bordadas con motivos étnicos, como las que hacen los ecuatorianos.

Lucrecia Tello marcó una época en la Cultura de Santander, dejó
una biblioteca personal, que tenía a disposición de todos los ciudadanos; también un museo con invaluables objetos provenientes de diferentes grupos étnicos. Y, hasta donde tengo conocimiento: dos libros con poesías e investigaciones, que los alcaldes en los años ochentas, prometieron publicar y nunca lo hicieron.

Tres décadas atrás, Quilichao empezaba a vivir el actual zambumbe: - “los grandes pasos”-, se convertía en un pueblo grande y desordenado con gente extraña que llegaba a montones, como si estuviéramos viviendo la época de la hojarasca en Macondo. De repente el mundo cambio, y pasamos de disfrutar a Vivaldi y a Mozart mientras degustábamos un tinto, en la casa de Luka, al volumen implacable que rompe el campo sonoro con las canciones de Darío Gómez en los equipos de sonido de los carros, con sus canciones depresivas que hablan de tragedia y se complacen en rememorar amores desgraciados.

Aunque, confieso que el campo sonoro se había roto hace rato con la música Rock y los avances de la electrónica. He sido un rockero moderado que sólo llegó hasta la primera etapa de Led Zepellin y el hevy metal. Por eso mi presencia en la casa de la señorita Tello, era una paradoja; porque venía de otro extremo y me movía en el espacio de un personaje cuya cultura y valores, bien podrían ser del siglo XVII.

Frecuento más, las tabernas, los rumbiaderos y las casas de juego (poker en mi platanera) que las iglesias, pero siempre he tenido curiosidad por la Física Cuántica, algunos temas de parasicología, las ciencias ocultas y el origen de las religiones. Cuando me encontraba hastiado en el pueblo con las malas noticias de la guerra, que ya nos tocaba de frente, iba a parar a ese oasis de reposo y espiritualidad que era la casa de mi amiga Luka. Hablábamos de la poesía mística de Santa Teresa de Avila, de la conversión de San Francisco de Asís, y de mi fascinación por la opera rock, Jesucristo Superestar, que en esos días se estrenaba en las mejores salas de cine del país.


Definitivamente estoy por creer que no hay extremos irreconciliables, si miramos las cosas con mentalidad abierta y sin prejuicios ideológicos o sociales. En este sentido la vida de Luka es un ejemplo para la comunidad, porque era una persona con una senilidad iluminada que transmitía alegría, poseedora de un carisma que le permitía dialogar con todos; disintiendo en muchas cosas, por su talante conservador y resistente al cambio, pero aceptando al tiempo a la otra persona, en su pleno derecho a ser diferente, sin crear fisuras y manteniendo por encima de todo la fuerza del cariño al prójimo.

A riesgo de pasar por "retro", sigo admirando las damas de épocas pasadas, con su calidad humana, su porte distinguido, alejado de la vanidad y el falso orgullo. Al parecer ya no existen sino en las novelas románticas que ya nadie lee. Aunque quisiera de verdad equivocarme y un buen día cuando pase desprevenido por el parque Santander, encontrarme unas niñas, que me hagan pensar con nostalgia que las cosas buenas trascienden y que la señorita Lucrecia Tello Marulanda, dejó alguna huella en las nuevas generaciones.



Chao Quilichao.


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Sandungerock@yahoo।es

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