domingo, 9 de mayo de 2010

Los Melómanos de Santander de Quilichao: Un espacio Cultural y Alternativo

Hector Lavoe


Santander de Quilichao

 

  Pa’ los Soneros


Por: Jesús Antonio Lozada Yule
                                            

Un sábado cualquiera a la sombra de los samanes del parque lineal, arrullados por la brisa fresca de la tarde, empezaron a reunirse un grupo de amantes de la Música Afrolatina, en un ritual de alabanza y reencuentro con los recuerdos.

Para algunos, el Guaguancó, el Son Cubano, el Latín Jazz, las estrellas de la Fania y los ritmos caribeños son parte imprescindible de su vida . Otros no lo expresan abiertamente, pero tienen una visión cercana a la mística por estos asuntos.

Dicen que, “ser melómano es un estado de exaltación del alma. No es el hecho de tener unos discos viejos y grandotes que ya traquean mal, y guardarlos celosamente para que nadie los escuche. Sino ser un músico en potencia. Ser capaz de escudriñar y degustar con placer indescriptible cada nota, cada ritmo, cada intérprete; y transportarnos con él a otro plano de la existencia; a la poesía a la vibración transpersonal, planetaria, cósmica. Es un arrebato de locura y de sensibilidad sintonizada con los estados alfa de la mente, que nos acerca al sonido primigenio universal, origen de la vida ”.



En cambio hay un sector más aterrizado, próximo al parque lineal para el cual el asunto no es tan trascendental. Es más bien recuperar el tiempo con el placer de compartir unas notas. O, sólo es un destrabe de los sábados por la tarde, donde a veces se muere uno de aburrimiento en este pueblo.

Hay unos manes gordos, con mucho sancocho de pargo rojo encima y a los que ya les pintan las canas. Otros con ojos maliciosos y bigotes como los del Jefe Daniel Santos. “Bigote e gato es un gran sujeto”. Y está hasta el “Primo”, el “Chaman del rió”, que se soya este parche con la alegría de un niño, que se ríe a solas.

Don Henry “Fiol” Florez y don Luis Hurtado –entre otros, los del invento- terminan de cuadrar el sonido bestial; en tanto que el ajedrecista Gabriel Jaramillo, “Gabo”, arregla los fierros de una carpa al frente de su negocio, que inicialmente fue el centro de convergencia de los “Soneros”.

Con el transcurso del tiempo, todos coinciden en reconocer el aporte imprescindible del paisa Jaramillo y de su sobrino Diego, para que este grupo tomara forma y llegara más adelante a tener apoyo oficial. Sobre todo ahora que estos amigos se han marchado para su tierra, después de vivir cerca de treinta años en Santander; dejando aquí la evocación de inolvidables momentos vividos en su presencia alegre, amable y servicial.

* * *
Transcurre la tarde, y los técnicos del sonido terminan de montar la audición.

De pronto, llega el profe “Nana” cansado de camellar. Se acomoda su cachucha de beisbolista y pide una “pola”. Se anima y contagia a todos de su buena onda.

_Entonces qué Pacho ?

_ Todo bien viejo Brother, aquí cumpliendo la cita con el feeling de los saturnianos. Le contesta un melenudo con pinta de rockero, que usa unas manillas metálicas con chuzos y una cadena gruesota entre unos yines desgastados, de muchas batallas. Algunos lo miran de ladito.

A primera vista el tipo desentona, entre estos soneros del ayer. Pero cuando avanza la tarde , cada cual hace su combito para compartir nostalgias acompañados de la voz cálida de Benny Moré: “Yo para querer no necesito una razón me sobra mucho pero mucho corazón”. Todos siguen en su salsa.

Luego entra en la escena un paisa. También peliblanco, con un maletín ejecutivo y unas gafas de marco grueso como de doctor de los años sesenta. Parece que anda más allá del quinto piso; pero bota más corriente que un transformador. Dice que es un godo de Sonsón Antioquia, que se enamoró de este paisaje del Valle del Cauca y tiene el privilegio de sorprenderse a diario desde la ventana de su casa, con la luz que tiñe las montañas y explota contra el basto horizonte en un viaje multicolor.

Se saluda efusivamente con el profe, Nana y el rockero y empiezan a rememorar...

Uno dice que escuchó por primera vez a Richi Ray, en un viejo radio Philips, en la tienda de su barrio. Cuando transmitían la Feria de Cali desde la caseta Matecaña. Después se convirtió en una obsesión que lo rondaba hasta en los sueños, ya que era vecino de patio del bailadero Tairona, en el Rosario. Y lo sorprendía la madrugada escuchando desde su cama las notas melosas y doloridas del bolero antillano y la salsa dura. “Yo soy Babalú, camino a rá rá, y con mi trabajo la tierra sembrá. Babalú conmigo anda“.

Cuenta que en la plazuela del Rosario había una caseta de guadua y techo de hojas de caña. Era un sitio muy concurrido pero que apenas podía noveleriar a los bailarines los domingos por la tarde, a través de la esterilla, porque era muy niño. Lo que más recuerda es el incendio de la caseta. Fue todo un despelote de sirenas de bomberos y gente llena de pánico. Después fue a tirar visaje en la caseta de la piscina, frente al parque Bolívar. Luego de un chapuzón, uno empezaba a motivarse por los sensuales movimientos de cadera de las peladas caleñas que venían a pasear.

Pero llegaría el momento decisivo de lanzarse a la pista. ¡ Què terror tan berraco ! Ya todos los amigos bailaban y chicaneaban con tirar mucho paso, y uno no se podía quedar atrás. Es que pa¢ ser rumbero hay que ser valiente y acostumbrarse a vivir en vilo, al borde del goce pagano, del éxtasis de la vida que se nos escapa en cada nota.

El rokero dice que la salsa era un ritmo considerado de mala familia (como el reggetón ahora) y que al menos en Jamaica de los Quilichaos (también en Cali) la gente “decente” o picada de algo, no bailaba esa música de negros. En El Grillo, sólo ponían “guascas” de los Hispanos, Los Melódicos, Los Corraleros de Majagual y La Billos Caracas. Era una rumba muy elegante: muy tiesa y muy maja. En Cali el club San Fernando, nunca contrataba orquestas de salsa. Hasta que llegó Richi Ray y puso el desorden.

El ritual de los sábados era empintarse para iniciar un recorrido por los sitios de salsa dura. Se empezaba por Cafarnaum, luego por La Toscana y se terminaba en El Bogaloo, donde nos esperaba el flaco Pardo, miembro honorario de nuestro combo y quien además se desempeñaba como discómano en el negocio de su familia.

Era un lugar de estrenos permanentes porque su hermano que vivía en Nueva York, les enviaba las últimas producciones de La Fania y lo mejor de la salsa puertorriqueña, que se escuchaba en Brooklyn y en el Bronx. Al Bogaloo, venía gente de Cali a tirar paso y también llevaban parte de esa música exclusiva, pa¢ allà, pa¢ después del puente, pa¢ la capital de la salsa.

“Ave María morena”, canta Tito Rodríguez con voz sensual; mientras los melómanos continúan evocando épocas mejores. De pronto, alguien agarra el micrófono y después de una breve presentación repica en el aire el travieso Héctor Lavoe: “Todo tiene su final nada dura para siempre, tenemos que recordar que no existe eternidad”...


Chao Quilichao.

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